
Almacén de calabazas (Laos)
La producción, el comercio y el consumo de alimentos a nivel mundial afrontan retos complejos que combinan factores ambientales, económicos, sociales y tecnológicos. En primer lugar, la producción de alimentos está condicionada por el cambio climático, que altera los ciclos agrícolas, provoca sequías o inundaciones y reduce la productividad de los suelos. A esto se le añade la pérdida de biodiversidad y el uso intensivo de recursos naturales como el agua o los fertilizantes químicos, que generan tensiones sobre los ecosistemas y comprometen la sostenibilidad a largo plazo.
En cuanto al comercio, la globalización ha permitido una mayor circulación de alimentos, pero las desigualdades entre países productores y consumidores se mantienen: mientras unos dependen fuertemente de las exportaciones para sostener sus economías, otros importan masivamente para garantizar la seguridad alimentaria de su población. Esa dependencia puede generar inestabilidad de precios y riesgos para las comunidades más vulnerables.
Por último, el consumo se ve influido por cambios demográficos y culturales. El aumento de la población mundial, que se prevé que alcance casi 10.000 millones en 2050, incrementa la presión sobre los sistemas alimentarios. Paralelamente, millones de personas sufren todavía hambre o malnutrición, mientras en otras zonas proliferan la obesidad y las enfermedades asociadas a una mala alimentación.
En este contexto, es más necesario que nunca replantear los patrones actuales de producción, comercio y consumo de alimentos, poniendo en práctica valores como el desarrollo sostenible, el ecologismo o el consumo responsable, de acuerdo con los postulados de la Agenda 2030 de la Organización de las Naciones Unidas, como propone LA DESPENSA DE ADALET.